El
pasado domingo 26, al finalizar la Eucaristía de 11, un grupo de niños, padres
y catequistas, tuvieron la oportunidad, y por sorpresa, de subir a lo más alto
de la iglesia de “El Salvador”.
Momentos de cansancio, de dudas, de “¿cuántos
escalones quedan?”, etc.; pero todo, quedó en el olvido cuando los más pequeños
llegaron a la altura de las campanas, asombrados por su tamaño y por su sonido
(tapándose los oídos la mayoría de ellos); hasta que, una vez tocaron las doce
campanadas, lanzaron los globos de colores que, cuidadosamente, habían logrado
subir hasta la torre. Pero ahí no quedó la cosa, todos, hasta los más pequeños,
subieron a lo más alto de la torre de “El Salvador”.
Algunos titubeantes, con
carcajadas otros, y muchos impulsados por esa curiosidad inocente, llegaron a
lo más alto. Qué sonrisas nos regaló el Señor a los mayores en esa mañana de
domingo, de oreja a oreja. Los niños no salían de su asombro, buscaron sus
casas, sus colegios, saludaban, buscaban las miradas de los mayores confirmando
que lo que estaban viviendo ¡¡era real!!
Uno
nunca sabe el regalo que puede tener el Señor para nosotros cuando acudimos a
su encuentro a la Eucaristía.; por ello, no debemos poner impedimentos para
dejarnos “encontrar” o “sorprender” por Él.
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